lunes, 12 de septiembre de 2016

A mí me gustaría besarte en la calle.

A mí me gustaría besarte en la calle.
No como provocación ni como acto desenfrenado. Quisiera besarte porque me resisto a que lo profundo sea privado. Privatizado. Quiero amamantarte en la calle. A los ojos de Dios y del Diablo. Del Cura y del Vago. A tus ojos. Quiero que cerremos los ojos… y abramos los labios. Me gustaría. El beso público. El beso común(itario). Público porque nos persigue el mercado. Desde 1492 a hoy, desde Wall Street hasta Carnegie Hall. El beso tiene que ser homologado y sucumbir al control de calidad. De los que no besan en primera cita porque está mal. Porque hay que conocerse. Porque hay que contenerse. Ni hablar de petite mort. Entonces, ¿qué van a decir si nos ven haciendo lo que ellos no se atreven? No porque no puedan… porque no quieren. Pero, de paso, porque los han convencido de que no deben. Y así entonces, no nos dejan. Y (se) reprimen.
A mí me urge besarte en la calle.
No por hacernos los malos. Quiero hacerlo antes de que nos quiten las ganas, que le pongan precio y las manden a la góndola. Seríamos entonces parte más del desfile infinito de seres remotos…. Bajo control-remoto. ¿Los viste? Esos a batería. Los que cambian de canales y ven seres invisibles. Los que anhelan ser parte del show famoso, pernicioso, oloroso, monstruoso de la silueta paqueta, de la motoneta siniestra y la velocidad fratricida. De esas pantallas fastidiosas con los minutos contados. Para las publicidades que comentan que para poder darse un beso en la calle tenemos que ser el ideal nunca alcanzado, el breviario de lo legitimado, lo legalizado, lo sometido al control de los poderes diarios… los diarios. A diario. Las mentiras. Organizadas en el calendario. Porque si nos besamos en la calle, donde quieren dominar e imponer la totalidad de su mentira, dicen que merecemos que nos abran el prontuario. No lo permitamos.
Quisiera nuestra diversidad en la calle.
Y besarla toda. Que nuestras barbas sean una y las tortas más ricas que nunca. Porque son ricas las personas cuando no consumen lo que marca la hora. Ni la vitrola. Ni la testosterona. Bien cagona. Sí, amor. La venimos remando hace tanto. Tantísimo. Y me comentan que les causamos estupor. Que somos el fin de la historia y de sus modelitos familiares de conservadoras llenas de sanguches… y prejuicios. No entienden. No quieren. Querernos es nuestro vicio. Como el Seba y Patricio… o la Meli y la Colo, que le avisaron al Javier. Y se vieron los tres. Y felices. Fueron juntos. Por eso no perdamos las ganas de darnos ese beso. Nunca lo permitamos. Vamos, rajemos de las luces bobas que nos marcan la senda y veamos qué pasa si vivimos las libertades. Con el dolor que nos cueste. Con la estructura que somete. Con el peso, la inercia, la bronca hecha nudo entre los dientes. Aunque sea, bonita, lo charlemos. Lo conversemos. Pensémonos. Critiquemolón. Ayudemosno. Que la Libertad se baje de la violencia teórica para que le hagamos el amor. En la calle. En lo público. Con él… y ella. También. Como podamos y nos salga pero que el casillero de la nada sea el de los que piensan que el amor viene prefabricado desde las elucubraciones macabras, blancas, como el jabón en polvo. Polvo que no se bancan.
Pero te confieso algo… a mí me gustaría que se besen en la calle.
Que se besen en serio. Como los hacemos nosotros. Engalanados de amor por lo que nos va pasando adentro. Que se besen sin marcas ni yuta vigilando. Que se besen sin obedecer. Que se saquen la obsesión de una vida en despojo. Porque se estarían equivocando si interpretan esto que te digo como un acto de intolerancia hacia ellos. Como si estuviera repitiendo su argumento desde otra esquina, vuelta o tuerca. No. Se equivocan. Ese beso que quiero darte en la calle y el callejón, ese beso público, único, lúdico, impúdico, poético, artístico y libertario, es el beso que deseo sea la vida de todos, todas, todxs y txdxs. Así quiero besarte. Para que la calle sea el encuentro y nuestro beso un motor. Quiero que nos vean en ese rincón anunciándoles que se puede ser, estar, vivir y sentir mucho mejor. Visibilizando el beso entre el monje y el doctor, entre el del lavadero y el cantante de rock and roll. El beso del Diego y el Cani. El que seguro le dio Sócrates a Platón, el de la Luna al Sol.  O, aquel; ¿te acordás? El que vimos en noche de monte entre todos los astros juntos en la libertad de su realidad: la inmensidad inabarcable que no cabe ni vale etiquetar. Ahí te quiero besar. Donde nos besemos todos. Pensando tan sólo en lo más puro de la libertad. Quiero besarte en la calle. Y quiero ver besando… en Igualdad.
A mí me gustaría besarte en la calle.
Por eso, vamos! Nos queda cerca. Barrio Güemes. Porque me inspiró. O acá, o allá o en cualquier lado. Pero arranquemos en nuestra Córdoba de color. La que se vende facha y conserva pero que adentro late de amores, Tosco, guitarras y fogón. La Córdoba nuestra sin dolor. La de rosa y siete colores donde bello ella, bella él, bello el remanso de nuestra cierta finitud. Pero ante ella misma, en esta misma vida, decorarla de tanta cosa bella que los traficantes del odio tengan que resignarse a unirse, rendirse, fundirse y luego, permitirse, darse ese mismísimo beso que quiero darte yo.
Te amo tanto, mi amor.


GGK. 12/09/16.