jueves, 7 de junio de 2012

Lágrima de historia.


Hoy una lágrima cae en las vértebras andinas, besando el frío de la nieve que tiene la palidez del pasado y del olvido.
Un cóndor se niega a descender de las alturas, un desierto se resquebraja por la soledad de la nada y aquella lágrima parece congelarse en la inmensidad que la drena, transformándola, sin dudas, en otra más, de tantas que se vertieron entre la vida y la angustia.
¿Qué representa una lágrima sola entre tanto deshielo de memoria?; ¿qué son las gotas de lagrimales que alguna vez se inflamaron de impotencia y penuria?; ¿será que abro estas dudas por no poder contentarme con historias mercantilizadas en nombre de Dios y la Virgen?  Repica mi pensar y encuentra su eco, en algún lugar de la America profunda.
Se trata de una historia por contar. Detrás de mí siento voces que calientan el invierno provocándome a gritar.
No la grito y la dejo que lo haga sola. Es que mi historia es evidente en las voces. La testifican los cerros y la bañan los lagos; toma el sabor de las salinas y la tempestad de la noche porque arde como el Sol del Inca que necesita de ningún norte.
Tierra extensa como extenso el testimonio. Tierra extensa que no vivió el jolgorio. Yacaré herido con metales propios; escupitajos de pólvora sin fe ni cruz; Amazonas libertario de la selva madre, con tintes de diversidad ambigua, de sabores a yuyo y fresca flor del sur.
Nunca es fácil que los nervios encuentren paz cuando el lecho de uno es un triste cementerio sin lápidas ni tapiales; tan solo una linealidad evidente, oculta tras un manto espeso y oscuro, pero que se hace tenue cuando se cierran los ojos agudizando los oídos, percibiendo aquellas voces que susurran encanto al que no se le permitió brillar.
Intento y percibo que hay un dulce canto que se esconde más allá y es cautivo, de este “más acá” tantas veces impuesto, tan obligado y compulsivo. Uno siente que llegó sin avisar, que se asentó, practicando la miseria de la barbaridad que con cara y rasgos pálidos, se civilizó a si mismo, y se encaprichó con su interés de ser verdad.
Imposiciones que han hecho que todo se torne confuso para la generación hija de la tierra y su antigüedad. Cadena y barrote sobre la luz de la propia identidad, descartada y dilatada. Hecha cenizas sin fénix, hecha burla de la capital, prosperidad del burgo, del acumulador de turno sin alma ni ideal. La identidad desteñida hasta tomar el color de aquel invasor de trueno, sobrante en su pecho e indomable en su ansiedad. Hombres muchos fueron atados, coronados con espinas y con sangre de rosal.
Y sin embargo, nos llegó una historia con portada santa y título de imparcialidad.
Algo esconde. ¿Cómo se evidencia? Pues, bueno, escuchen a estas voces cantar. Escuchen el relato con brillo del Potosí!
Ha sido sentenciado sobre este suelo que uno pisa, con apuro y con inercia, pero que esconde misterios obligados, secretos enterrados y un manantial de vida potente, agreste, alegre… ferviente… cordial.
Mi historia no es parcial. No se permite serlo.
Mi pluma llega entonces a denunciar…
Denuncia el silencio que guardamos todos y la militante complicidad. Denuncia el trasfondo oscuro, el manto ciego de tanta violencia material, expresada, resumida y perfeccionada en aquellas tres carabelas “pulcras” que no dejaron nada más, que unos grandes cilindros de plata escupiendo fuego sin cesar.
Mi historia reclama la memoria de aquella lágrima andina que nunca se terminará de congelar. Aquella lágrima es fuerza y fecundidad… como esta historia que no es fin sino destino de libertad.
GGK 7/6/12