El Coronavirus se despliega y
esparce sin diferenciar absolutamente nada. Todo es una tábula rasa, todo está
por ser escrito y, para un virus como hecho biológico, la cultura, las
fronteras, el mate que tengo a mi lado (tomado en la soledad de la cuarentena y
desinfectando a cada momento) y cualquier otra cosa (objeto que referenciamos
entre significantes y significados), no existe. El virus pone en excepción a
todas nuestras naturalizaciones. El virus nos demanda comportamientos
incómodos. Nos altera, nos pica, nos estornuda y nos saca del lugar apacible de
microconsensos que nos rodean y tranquilizan. La anestesia desaparece y, ante
la incomodidad de no poder salir a comprar un alfajor (se puede pero para el
virus tampoco hay antojos ni alfajores), nos resta pensar en algunas cosas que
no acostumbramos pensar.
¿Pensar qué? Creo que pensar
nuestras asunciones. Pensar todo lo que se ha caído desde Wuhan hasta Río
Tercero, desde Bell Ville hasta Christchurch. Se cayó mucho, se sigue cayendo
mucho pero intentemos un corte con fecha el día de hoy, 29 de marzo, seguido de
una humildísima reflexión entre la indecisión de qué almorzar y no saber bien
qué día es más allá del calendario; capaz lo único que no se vaya a caer como
la esperanza de no perderle pisada...
Pensar por ejemplo que el virus
no se puede maquillar ni decorar. No hay complejo mediático, no hay asociación
despolitizante ni interés económico que pueda poner en una vitrina a esta
pandemia que nos pica y molesta. El virus es acto constante, duro y puro. Es
realidad. No hay posibilidad de embellecerlo y lucrar con él. Pero, para el
contraste, hay otros virus que son distintos. Con los que sí es posible. El
neoliberalismo, por ejemplo. Ese sí puede ser maquillado y decorado. Si tuviera
que ir a las metáforas, diría que en su esencia, es el gran río tormentoso que
acecha con destruir nuestras humildes barcas mientras escuchamos, nos dicen y
repiten, que en realidad son los chorros del mejor hidromasaje al que podamos
aspirar. Es un río lleno de piedras, es decir, de peligros como el desempleo,
la contaminación y discriminación. Pero nos hablan de que son los picos del
éxito a alcanzar a través de las fuerzas ilimitadas que residen dentro nuestro;
motorizados por el mérito, queremos escalar lo que el otro (prójimo innegable
de la aventura humana) no puede. Probablemente su sueño acabe allí, su barca
choque, se hunda y quienes en privilegios podamos, escalaremos la piedra para,
magullados y lastimados, reclamar el éxito de haber llegado... a su pico, a su
mitad, al primer tercio. A algún lugar. Arriba de unos, abajo de otros. Pero
mérito propio, calidad de origen. Cuenca cultural, río neoliberal,
desembocadura abismal.
Navegada la metáfora y reteniendo
la imagen, volvamos a lo de pensar. Necesitamos pensar en todas las promesas
hechas desde que la historia terminara en Berlín 1989 (zambullida al río), como
los libros terminaban en el Fahrenheit 451 de Bradbury. Ya así, en orfandad de
alternativas, las promesas de progreso indefinido, de sueños interminables, de
recursos inagotables se volvieron nada ante las dificultades tan ciertas del
virus actual, el biológico, que nos lo confirma, día a día, momento a momento,
con la cuarentena en los hombros, que no se trata de individuos, sino de
comunidades.
Un paso más y nos vemos pensando
una de las cuestiones más importantes: la libertad. ¿Qué nos dice el
Coronavirus de la libertad? Mejor, ¿qué nos dice de la libertad como nos
enseñaron desde 1989 hasta acá? ¿La recuerdan? Más o menos era así: una
libertad individual que me habilita a escalar la pirámide social a través de
pura, única y exclusivamente mi esfuerzo depositado en trabajo y empeño, como
con las piedras en el río. Es muy clara. La venía viendo día a día en la tele,
la radio, las redes y los diarios. Disfrazada, maquillada, encorsetada. Hecha
"linda", "deseable". ¿Alguna vez lo pensamos así? ¿Alguna
vez nos escuchamos comentar que lo que tengo es porque YO lo logré? Porque a mí
nadie me regaló nada, porque YO me levanto temprano todos los días y corro 10km
y me ducho para llegar primero al trabajo. Hoy el velo se corre (el coronavirus
nos hace "el favor") y vemos que (y quiero atención acá): no es que
ésta no exista ni que sea parte, pero nos la entregaron sin su contrapeso, su
contracara necesaria para el equilibrio (como todo lo deseable en la vida): el
hecho de que esa libertad es imposible si no contempla las libertades del
entorno, de quienes me rodean. Claro, estoy asumiendo algo sobre lo que espero
haya consenso: la empatía, la solidaridad como valores humanos fundamentales.
Si no están entre tus principios fundacionales, andá a comprarte un alfajor
(ojo con la cana), te puede estar haciendo falta (aparte de alcohol en gel).
Quienes sí consideramos que
empatía y solidaridad están al corazón de cualquier construcción socio-política
con futuro sustentable para las grandes mayorías, no hay otra forma de entender
la libertad. El caso está quedando asentado de a poco con los manotazos que
todos nuestros Estados (y por extensión nosotros) vienen dando para alterar el
rumbo de las cosas y no perder a la humanidad en el intento. Excepcionalmente,
si consideramos al neoliberalismo ("mercado") la triste regla hasta
aquí, los Estados están revirtiendo sus prácticas ante los desafíos del virus.
Irlanda estatiza la salud privada (¿¡populismo!? ¿En ésta época del año? ¿A
esta hora del día? ¡¿Y precisamente en su cocina?!... ¿puedo ver?), Estados
Unidos inyecta 2 billones de dólares al circuito económico, Francia suspende
pago de alquileres y servicios públicos. El FMI (sí, el mismo) propone
políticas contracíclicas para evitar mayores problemas y, las redes se inundan
de una certeza: quedate en casa, stay at home, bleib zu Hause, porque si no lo
hacés, mi sólo esfuerzo, mi propias fuerzas, mi mérito no me van a salvar. Se
acabó el relato de la aventura individual, EXCLUSIVAMENTE individual.
Si pasado todo este enorme
desafío tuviéramos que mantener una excepción, debería ser esa: pensar que nada
es sino una construcción colectiva donde el equilibro es la clave para una
libertad genuina. El equilibrio entre lo que YO puedo para que otros también
puedan y así retroalimentar este breve y pintoresco ciclo: yo y muchos queremos
un alfajor, el quiosquero lo tiene y lo vende e ingresa lo que necesita para
comprarle alfajores a la fábrica, que vendiéndolos genera lo que necesita para
invertir y pagar salarios, para que sus empleados puedan comprarle un alfajor
(de postre) a sus hijos que esa noche van a tener una buena cena para ir
colegio tranquilamente. A estudiar, con salud, sin miedo, sin Coronavirus...
pero también sin discriminar, sin relegar, sin bloquear. En suma, sin
neoliberalismo.
Ojalá sea esa la excepción que
podamos perpetuar.